martes, 26 de abril de 2011

Nunca serás más hermosa que ahora...

Recostada me pareces dormida; permaneces tan tranquila, tu respiración parece cesar y me miras con los ojos bien abiertos. Unas lágrimas recorren tus pómulos mojando las sábanas, esas telas tan coloridas y suaves las manchas con ese líquido sucio de rímel y de interioridades confusas, llenas de húmedo dolor y de cristalina ansiedad. Tu cuerpo, boca abajo, muestra el delineado preciso de esa delgadez firme con pronunciadas curvas, sensible al tacto, llena de ese aroma dulce, desechable y temporal de las esencias artificiales, seducciones impostoras, espejismos excedidos de falsedad.


¿Cómo puedes ser tan bella así nada más, sin ninguna gracia más que tú presencia absoluta de continuidad? Quisiera pintarte, inmortalizar esa postura tuya, aprovechar la inmovilidad en la cual permaneces sólo para cumplir mis caprichos, mis deseos de transgredir tu cuerpo más allá de un simple acto perecedero que no acaba de empezar cuando ya terminó. Huele a muerte cada vez que hacemos el amor, despedimos el desgaste de nuestras almas, cuerpos y corazones, lo perdemos todo sólo para juntarlo de nuevo, violamos nuestros seres para jamás perdonarnos y parir más muerte, más discontinuidad bastarda de permanencia.


¿Recuerdas nuestros preámbulos amorosos antes de irnos a vivir juntos? Todo el día bailabas coquetamente alrededor mío a la menor oportunidad, te me acercabas, acariciabas mi rostro y me decías al oído cuánto te gustaría estar en un lugar apartado y pasar el resto de las horas recostada al lado mío, desnudos, cansados de tanto hacer y hacer el amor. También cantabas pedazos de canciones aleatoriamente, armabas frases espontáneamente y creabas un mensaje idóneo para manifestar tus deseos y tus emociones. Yo sólo te miraba y sonreía, juraba que en esos momentos eras la mujer más hermosa que pudiera haber conocido.


¿Por qué cambió todo cuando por fin tuvimos un espacio sólo para nosotros dos? ¿Acaso fue la falta de prohibición? ¿Necesitabas sentir la necesidad de un espacio? Los bailes y las canciones se acabaron al poco tiempo; nuestros encuentros eran tan constantes que progresivamente perdían la intensidad del anhelo y la violencia de la necesidad de encontrarnos después de una larga espera; no olía a muerte ni siquiera a vida, no existía entre los dos un abismo, ni vacío, ni nada. Nuestra existencia se la estaban comiendo los gusanos de la desidia, se pudría en la soledad y paria engendros, demonios que no paraba de gritar toda la noche tu nombre y el mío, condenándolos, porfiándolos con sus lenguas rastreras y su aliento de azufre. Mutamos frente a sus miradas y el reflejo del uno frente al otro ya no era hermoso sino carente, jodido.


No llores mi amor, no llores, todo esto tiene solución; no volveremos a ser los mismos después de esta noche; tus lágrimas me han dado tu claridad y la mía, así recostada empiezas a tener otro aspecto más suave y reconfortante. Tu mirada me parece eterna y me invita de nuevo al abismo, no tienes que irte… Perdón… leí esas cartas que escondías dentro de tu cajón ¡Perdón! Irrumpí en tu privacidad, lo sé, pero fue por el bien de ambos, por recuperar lo nuestro… ¿¡Qué carajos querías!? Te ibas a rendir, nos ibas a dejar y… No me mires así ¡Deja de llorar puta madre! Perdón, perdón… Sólo quise ayudarte, devolverte tu belleza, la que tanto anhelabas y mencionabas en las cartas con insistencia ¡Ahí está! ¡Mírala! Nunca serás más hermosa que ahora…


La escena mostraba una mujer recostada desnuda boca abajo,


había recibido varias puñaladas en las costillas antes de morir;


tenía rastros de contacto sexual no forzado, permanecía con los


ojos abiertos de los cuáles salían lágrimas a cuenta gotas.


Miraban en dirección a una silla donde se encontraba él,


aún agonizante, con un cuchillo clavado en el corazón,


de su boca escurría sangre y con su mano derecha giraba el arma


que profano su cuerpo, murmuraba:


fiesta.


viernes, 15 de abril de 2011

UN RINCONCITO

UN RINCONCITO


Y va logrando


lo que sin dormir nada puedo


una sanación


por dentro y por fuera.




Ven


dame tu mano


y nos vamos corriendo con la muerte


hasta el zaguán que alberga


la casa donde vivías.



Vamos


que el camino al mercado


sigue siendo el mismo


pero cambió.




En mi sueño me quedé muda,


del enojo perdí la voz;


de mirarte no me pude mover,


pero no lloré.



Vámonos,


necesito un lugar pequeño


donde sentirme a salvo.




Ya tus brazos no me rodean,


ya tus manos no me agarran,


te vi en mi sueño


pero no me acuerdo qué paso,


te vi con él


y me sonreían estando juntos.



Debo juntar los cachitos de mí


una vez más,


estoy rota,


pegarme de apoco


para ser quien siempre soy,


pero todavía mejor.



Junto el coraje para pegar duro


y de frente,


tu me observas desde un rinconcito cálido


que tenes para ti


y para mi.


mAr



¿Se puede mirarse uno mismo en tercera persona recordando aquellos momentos en que esa persona que ya no soy yo se divertía y gustaba de momentos mejores? Siempre al término de cualquier ciclo sentimos como si nos despojaran de un pedazo de nosotros, nos fracturamos, nos dividimos y nos contemplamos frente a frente sobre aquel ser ahora desconocido y muchas veces anhelado ¿Cuándo se cierra un ciclo, queremos hacerlo o nos obligan? Dentro de los dos casos existe una perdida, y en ambos, pocas veces se pretende o se quiere dejarlo, son las circunstancias mismas las que nos obligan a repensar nuestras opciones y depurar, cual ropero viejo y saturado, lo necesario de lo acumulativo, lo vital de lo parcialmente muerto; pero el caso particular de obligarnos a cerrar un ciclo es más difícil de sobrellevar precisamente porque no fue nuestra decisión seguir adelante, no hubo preparación previa y nos obliga a ir más deprisa. Aquí es donde surge la mayor resistencia, el drama, los recuerdos insistentes y en la mayoría de los casos un sufrimiento directamente proporcional a la negación de aceptar una decisión que nos incluye y nos excluye al mismo tiempo.



Un rincón de nosotros, un espacio infranqueable y siempre en renovación nos mira desde algún lejano lugar, donde ya no estamos pero siempre regresamos por un poco de valor para comprender que tiempo atrás estuvimos sin “ese algo” y podemos seguir estando sin ello, a pesar de nuestra necia incomprensión y del reciente descubrimiento de la dependencia guardada hacia el exterior para procurar un pedazo de nuestra felicidad.



Mírame amor,


mírame y cerca tu recuerdo,


protégelo de ti misma,


porque sabrás descuidar la mala hierva del jardín,


porque las flores no crecen bajo el lodo.



Amor mírame,


y se la música de tu partida,


partituras de tu abandono,


notas altas de tus mentiras;


armonía de nuestra opera prima.



Derrocha nuestra porfía,


desgana nuestra agonía.


Ve porque no miras,


que en tu decisión te llevas mi dicha.




Cierra el ciclo de una ves,


pues te robaran tu recuerdo;


quizá no, ninguna otra mujer,


pero sí el amor del niño que llevo dentro.



T.O.N.A.



martes, 5 de abril de 2011

Que se llama...


Me enamoré de ti aquella noche donde todo se me cayó a pedazos. Me ofreciste tu hombro frío y huesudo pidiéndome no llorar por un recuerdo mal querido, por aquella quien no supo ver más allá de sí misma, quien juzgo mí persona para después echarme la culpa de todo lo sucedido. Me enamoré y no supe cómo lo lograste, porque en aquel momento te desprecié y no quise verte a los ojos, ni siquiera darte una respuesta concreta acerca de nuestro futuro; futuro de nadie, pensamiento absurdo de quienes quieren planear y no saben entender que de un momento a otro todo se derrumba y habrá de inventarse de nuevo.


Eso me diste a entender, en tus suspiros hallé la frase: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, y me tendiste la mano, misma que rechacé por espacio de varios meses, pormenorizándote, alejándome de ti por cualquier medio, pero el mejor de ellos siempre fue con otras mujeres; ellas pasaban sin dejar rastro, me llenaban de besos, caricias, promesas y peticiones para quedarme más de un momento, para amanecer con ellas sin quererme escapar al primer rayo del sol introducido por algún rincón de las múltiples habitaciones donde destruía tu memoria en otros cuerpos, donde me alejaba de ti varias horas para luego regresar a tus brazos y que me consolaras sin ningún reproche.


No sabía apreciar tu belleza ¿Por qué te quedaste conmigo? ¿Por qué me besabas cálidamente si arrogante te daba la espalda en cuanto aparecía algún perfume seductor o alguna propuesta para sortear el abismo? Odie durante tanto tiempo tu presencia, tu silencio, tu manera de estar tan liviana; no lograba molestarte con nada, no lograba alejarte, ni siquiera emitías el más mínimo reproche a mis actos, muy al contrario, aparecías y todo se teñía de colores, me ayudabas a mantenerme en disciplina absoluta y me exhortabas a tomar mi cámara fotográfica para mostrarte mis locuras y teorías que habían estado deambulando en mi cabeza ¿Cuántas veces me felicitaste cuando logré pequeños resultados para demostrar mi propuesta gráfica? ¿Cuántas veces volvías con libros, copias, revistas o imágenes para motivarme, incansable en tu deseo de verme mejorar un poco? Cuántas…


Llevamos 2 años juntos… Hace apenas unos meses abrí los ojos, te miré atento y descubrí la razón de haberme enamorado de ti aquella noche donde todo terminó obligándome a reinventarme continuamente. Me pregunto si tus ojos siempre fueron tan hermosos y llenos de brillo, sí tu boca era tan fresca y dulce como ahora la percibo, si tu cuerpo siempre habrá sido tan cálido y si más bien aquella primera vez el muerto era yo.


Respiro en tu cuerpo lo mejor de mí. Me has dado tus mejores días como más pura e inquebrantable esperanza para mutar mi grandiosa negatividad y convertirla en un jardín de flores donde ahora me has dejado como jardinero y principal recolector de cada brote y/o flor madura, motivándome a encontrarle un mejor hogar fuera de nuestros dominios, donde alguien más pueda aprovecharlas y crear un paraíso individual para cada persona con la cual tenemos contacto.


Mírame… Estoy arrepentido, me toca abrazarte y procurarte. No sé por dónde empezar, no sé cómo devolverte todo este tiempo. Me has enseñado a amar y amarme, me brindaste lucidez y me protegiste de cada error al dejarme caer en cada uno de ellos para después reflexionar conmigo, hacerme consciente y prometerte no volver a caer en el mismo círculo que tanto daño me y nos hizo.


Déjame empezar con esta carta. Déjame tomarte de la mano. Déjame Soledad reivindicar tu nombre porfiado.