lunes, 29 de marzo de 2010

¿Finitud o infinitud?



¿Cómo se vive una sensación pasional? Antonello Salis, uno de los integrantes de Furio Di Castri, encargado de sacarle sónidos al piano y al acordeón, en otra emisión más de EuroJazz 2010, nos demostró, en su presentación dentro de la emisión organizada por el CENART que la vida errante, la entrega, el brindis, el vino y el buen compañerismo pueden formar una combinación explosivo-pasiva transformando el escenario en un campo de expresión sin límites.


Pasión: conciencia del fin, saber del límite, razón poética e insinuante, un invitación al abismo, bienvenida al llanto y a la risa, devenir de la desmesura, lo que nos hace temblar nuestro edificio. Tan grande la sensación, tanto ardor en el pecho por el simple hecho de vernos-sentir vertiendo a chorros de orgamos emocionales la miel de nuestra propia esencia; quizá no traigamos al mundo a un ser con vida y pensamiento propio pero ¿Quién podría negar el magnetismo producido por el campo magnétio desbordando durante toda la expresión de nuestro derroche? Identificación inmediata, casi no podía mantener firme mi alma al tratar de captar el delirio del artista, sus movimiento, su semántica facial, su libertad... Tomaba su instrumento, ya sea el piano o el arcordeón y sobre sus manos transitaban tempestades, su cuerpo parecía por momentos hincharse sugiriendo un incesante ir y venir de presión sanguínea ¿Cómo captarlo? El abandono total, esa sensación de caída conocida por todo ser humano que haya decido hacer un sacrificio por algo más que no sea uno mismo. Ese sacrificio no lacera, ni lastima, mucho menos pesa, al contrario, nos hace más ligeros, casi divinos, porque dejamos transitar sobre la materia lo imperceptible, lo imposible.


Sabernos pasionales es sabernos finitos y efímeros; sabernos sólo racionales es pretendernos inmortales, eternos esclavos de la seriedad, avergonzarnos de lo ridículo que a la razón le resulta la idea de jugar, de arriesgar, de apostar en un sólo suspiro la intensidad toda de la vida. Sabernos finitos es saber jugar, saber bailar. Sabernos inmortalmente racionales es esclerosis del alma, parálisis del movimiento, síntoma de un rechazo a la vida que no busca sino ocultar las "debilidades" que nos son propias y que soterramos en el desván de los malos augurios...


Cómo duele transitar en lo racional, ser terriblemente lógico al andar, encontrar explicación a cada paso, mirar el misterio de frente y creer que se puede hacer una interpretación de él. Cómo lastima la locura cuando no está presente, cuando es recluida dentro de una cárcel mucho más estrecha que un manícomio, con psiquiatra y chochos cada cinco horas: lo racional, tan soberbio logos hijo de la destrucción y la pavonería humana.


Quiero la petite mort no sólo detrás de mi cámara, no sólo en la creación compartida, no sólo en los breves instantes del clic. Quiero morir a cada instante y a cada instante morir. Nada tiene la seriedad de la amargura, pero ultimamente todo tiene la amargura de la seriedad.


Hagamos Jazz, fotografía, expresión en sí misma... Tengamos el valor de prolongar el abismo.


2 comentarios:

  1. Apenas he podido ver algo de aquello que eres y ha producido una serie de emociones que pocas veces creo juntas, me despertó un poco tu forma de escribir. Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. Dos párrafos de tu escrito son un plagio.

    "Pasión: conciencia del fin,..."

    "Sabernos pasionales es sabernos finitos..."

    Ya quisieras escribir como ella. Para tu información las citas se ponen entre comillas y así mismo se da la referencia que en este caso es: El ser para la muerte: Una ontología de la finitud de Greta Rivara Kamaji.

    ResponderEliminar